¿Cómo leer el aumento en las tasas largas?
Rodrigo Aravena González Economista Jefe, Banco de Chile
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Rodrigo Aravena
En la gran mayoría de los casos, un aumento de las tasas de interés de largo plazo es una buena noticia, ya que refleja expectativas de mayor crecimiento. Probablemente, es lo que se discute hoy en Estados Unidos.
Desde febrero de este año, las tasas de mediano y largo plazo en Chile han tenido un aumento importante. Por ejemplo, las de los bonos a 10 años en UF llegaron a subir alrededor de 250 puntos, pese a que el Banco Central recién la semana pasada subió la TPM en sólo 25 puntos.
Por desgracia, de ello no podemos concluir, mecánicamente, que las tasas estén anticipando un mejor devenir de la economía en el futuro, ya que al menos una parte del mayor costo del dinero en el largo plazo obedece a temas algo más estructurales y no relacionados con una potencial mejora en la actividad.
Partamos por la idea principal. Las tasas de interés reflejan el costo del dinero. Si hay más disponibilidad de este, las tasas tenderán a ser más bajas, y lo contrario en la medida que sea relativamente más escaso. Así, una de las principales lecciones que aprendemos en economía es que en la medida que el ahorro (disponibilidad de fondos) es mayor que la inversión (necesidades de financiamiento), las tasas de interés tienden a ser más bajas. Menciono esta idea porque en Chile hemos visto una serie de cambios relevantes, y probablemente estructurales, que estarían detrás de esta tendencia. Al menos debiésemos centrarnos en los que siguen.
Primero, el aumento de la deuda fiscal. Si bien podemos justificar un mayor déficit en una recesión, no debemos desconocer que Chile ha sido uno de los países más agresivos en el tamaño de la respuesta fiscal, generando un déficit estructural de casi 10% del PIB, con un gasto representando casi un tercio de la economía. Más allá de la discusión sobre lo que es bueno o malo, debemos estar conscientes de que será complejo reducir el gasto en el futuro y que las necesidades de financiamiento podrían superar los US$ 20.000 millones por algún tiempo más, triplicando lo que teníamos hace un par de años. Así, en la medida que el gobierno requiera más financiamiento (lo cual ocurriría si no reduce el gasto), se acentuarían las presiones sobre las tasas largas.
Un segundo factor es la caída en los ahorros, que ha estado marcada por los retiros de los fondos de pensiones, que han superado los US$ 50.000 millones a la fecha. Dado que una parte de estos recursos se invierten en bonos de largo plazo, los retiros de fondos han agudizado la disponibilidad de financiamiento de largo plazo, ejerciendo una presión adicional en las tasas.
Un tercer factor es el riesgo inherente a plazo, donde la intuición es bastante clara: en la medida que hay más riesgo (e incertidumbre), las tasas tienden a ser mayores. Es por esta razón que en la medida que persista la posibilidad de tener más cambios en el esquema de estructura política y económica en el país, el sesgo en las tasas puede ser incluso mayor.
Más allá de la discusión técnica, bien sabemos que los movimientos de las tasas de interés no son inocuos en el bienestar de las personas, ya que afectan la posibilidad de acceder a bienes y servicios. Además, son relevantes para financiar emprendimientos y con ello generar empleos e ingresos. No cabe duda de que estos factores confirman que las medidas implementadas (como los retiros de fondos) tienen costos, y no son bajos. Estos y otros elementos se debieran considerar en las políticas públicas en el futuro, más aún si se desea mejorar el pasar de las personas.